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Cómo hacer frente a los peligros que trae la degradación de las tierras

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Según un nuevo informe de la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación (CNULD), hasta 1.300 millones de personas viven actualmente en tierras degradadas, con riesgo de sufrir escasez de alimentos y agua y un agravamiento de su pobreza.

El Global Land Outlook (Perspectiva Global de la Tierra), publicado por el único acuerdo internacional jurídicamente vinculante sobre temas de tierras, indica que una tercera parte de las tierras del mundo se encuentran hoy degradadas y cada año se pierden otros 15.000 millones de árboles y 24.000 millones de toneladas de suelo productivo. La pérdida de bosques, el cambio climático, la erosión, la urbanización y, sobre todo, la agricultura intensiva, contribuyen a la continua degradación de tierras y ecosistemas.

Los Bosques en las Noticias pidió a tres expertos  del Centro para la Investigación Forestal Internacional (CIFOR) de las áreas de investigación sobre  paisajes sostenibles y alimentación, cambio climático y energía, y manejo forestal y restauración— sus apreciaciones y reflexiones a propósito del  informe de la CNULD, así como recomendaciones derivadas de sus estudios para asegurar un futuro más sostenible frente a este escenario de degradación constante.

   La degradación de la tierra afecta negativamente en la seguridad alimentaria y la nutrición, especialmente de quienes viven de la tierra. Foto por Marlon del Aguila Guerrero/CIFOR.

Seguridad alimentaria y la agricultura

En respuesta al capítulo 7: Seguridad alimentaria y agricultura

Terry Sunderland, líder de equipo, Paisajes Sostenibles y Alimentación

Como muestra el informe de la CNULD, la evidencia sugiere que el sistema alimentario actual no está cumpliendo con su objetivo declarado, que es la seguridad alimentaria mundial. Un enfoque principal centrado en la generación de más calorías, en lugar de dietas diversas y nutritivas, ha dado como resultado la “doble carga de la malnutrición”, es decir, los problemas simultáneos de sobrenutrición y desnutrición en diferentes sectores de la población, especialmente en países en desarrollo.

Cada día, el mundo se enfrenta a la dicotomía de “festín o hambruna”. Más de 1.000 millones de personas en el planeta reciben demasiadas calorías y son consideradas obesas, mientras que casi un millón de personas sufren de desnutrición crónica. En palabras del Informe de la Nutrición Mundial, nuestro sistema alimentario está “quebrado”.

El supuesto dilema de priorizar o el medio ambiente o la agricultura también es problemático. Si bien la atención se ha centrado en generar rendimientos cada vez mayores y expandirse aún más hacia los bosques y otras tierras, la producción agrícola se ha convertido cada vez más en sinónimo de degradación de la tierra. Sin embargo, ahora se sabe que los servicios ecosistémicos que proporcionan los bosques y los árboles desempeñan un papel integral en el apoyo a la producción de alimentos y, de hecho, pueden mejorar los rendimientos.

Diversos sistemas de cultivo, como los que practican la mayoría de los pequeños agricultores del mundo, quienes según estimaciones aportan hasta el 70 por ciento de las reservas mundiales de alimentos, son más resilientes tanto a los impactos económicos como a los ambientales. Esto es especialmente importante frente a un clima en constante cambio y a las incertidumbres del mercado.

Muchas entidades políticas e institucionales han reconocido que un enfoque sistémico para la agricultura del futuro, que pase de la mera producción de calorías a sistemas de producción diversos y sensatos desde el punto de vista nutricional, es el único medio para lograr la seguridad alimentaria global y mantener la sostenibilidad ambiental.

En CIFOR nos sumamos al pedido de incluir a los enfoques de paisaje multifuncionales. Ir más allá de los sectores probablemente brinde una mejor oportunidad para abordar las cuestiones que afectan a un sistema alimentario mundial insostenible, que resulta tanto en la degradación ambiental como en el fracaso de la seguridad alimentaria y nutricional global. El uso múltiple de las tierras existentes probablemente sea el único medio para asegurar la producción sostenible de alimentos y la sostenibilidad ambiental. En este sentido, los enfoques de paisajes ofrecen  mayor potencial para alcanzar estos objetivos. Es probable que tales enfoques ya estén siendo puestos en práctica por millones de agricultores en zonas rurales compuestas por complejos mosaicos de diferentes usos de la tierra dentro de un mismo paisaje. Una implementación más amplia de este enfoque supondrá la ruptura de los silos institucionales y disciplinarios para adoptar una aproximación  más integrada.

Tal integración puede ser desalentadora dada la necesidad de reunir intereses opuestos sobre el uso de la tierra y relaciones de poder gravemente desequilibradas. Reunir a una amplia variedad de actores para llegar a un acuerdo sobre una visión compartida, dentro de un marco de políticas que signifique un enfoque más amplio que la forestería o la agricultura por sí solas, con el apoyo institucional requerido para que esto ocurra, implica labores de facilitación y coordinación extremadamente eficaces.

Sin embargo, aunque los enfoques de paisajes son un cambio bienvenido frente a los anteriores intentos fallidos de conciliar múltiples usos de la tierra en los trópicos, siguen siendo algo incipientes en su implementación. Pasar de la teoría a la práctica parece ser especialmente difícil, pero un desafío que es esencial abordar si queremos alcanzar los objetivos de lograr un uso sostenible de la tierra y la seguridad alimentaria mundial.

   La degradación de la tierra tiene efectos indirectos para la energía, la mitigación y adaptación al cambio climático. Foto por Kristell Hergoualc'h/CIFOR.

Cambio climático y energía

En respuesta al capítulo 10: Energía y clima

Christopher Martius, líder de equipo, Cambio Climático, Energía y Desarrollo Bajo en Carbono

Es importante reflexionar sobre el nexo entre la tierra, la energía y el clima. Pero existe un dilema: para algunos, la tierra es importante para las soluciones climáticas, mientras que para sus propietarios y usuarios, es importante para los medios de vida, los ingresos y los beneficios económicos. Las soluciones siempre tendrán que involucrar a propietarios, agricultores, residentes y pueblos indígenas.

El desafío consiste en encontrar soluciones mutuamente beneficiosas, o soluciones negociadas que impliquen compensaciones aceptables. El informe de la CNULD señala acertadamente los inevitables conflictos de la formulación de políticas relacionadas con la energía, y lo mismo ocurre con el uso de la tierra para los objetivos de mitigación del cambio climático.

Históricamente, el uso de la tierra implica pérdidas de biomasa, de biodiversidad, de capacidad productiva y de la capacidad de secuestrar y almacenar carbono durante un largo periodo. No existen soluciones técnicas fáciles y rápidas, y las iniciativas actuales de restauración de la tierra o restauración del carbono del suelo a veces parecen darse bajo esta falacia. Tenemos que entender por qué la tierra está siendo degradada, por qué se está perdiendo el carbono del suelo.

Las soluciones técnicas aún no han sido comprobadas y son costosas; ejemplos de ello son la bioenergía con captura y almacenamiento de carbono (BECCS, por sus siglas en inglés), que se aborda de forma bastante acrítica en el informe, y el uso generalizado del biocarbón (o biochar) actualmente promovido, tal vez de manera excesiva, como una solución milagrosa en los círculos de la CNULD (por ejemplo, en la figura 10.2). Las soluciones de este tipo a menudo se promueven sin mucha comprensión de las complejidades subyacentes, de las diferencias entre los ecosistemas y de la variabilidad. Si queremos imitar los procesos de la naturaleza, tenemos que descubrir cómo hacerlo, lo cual toma tiempo, ya que la mayoría de los procesos ecosistémicos relacionados con la degradación y la restauración, especialmente en tierras áridas, aún no son comprendidos plenamente. Esto también será muy costoso, como muestran las iniciativas de restauración globales.

El sector agrícola parece soportar una carga demasiado pesada con respecto al logro del objetivo del Acuerdo de París de mantener el calentamiento global por debajo de 2 o incluso 1,5 grados centígrados. Se debe abordar el sector de los combustibles fósiles, y sus verdaderos costos medioambientales (alrededor de USD 5,3 billones), los cuales son cerca de diez veces mayores que los subsidios directos (alrededor de USD 493.000 millones) que muchos países, como Indonesia, utilizan para que los precios de los combustibles sean asequibles para los pobres, deben ser más transparentes.

En este sentido, los biocombustibles forman parte de la solución, pero no podrán cubrir todas las necesidades energéticas. Los biocombustibles procedentes de los árboles no reciben suficiente atención en el informe. Sabemos por otra investigación que los biocombustibles por sí solos nunca podrán cubrir las necesidades globales de energía. No existen suficientes tierras para ello. En todo caso, debemos ser conscientes de que al pasar de los combustibles fósiles a los biocombustibles, tendremos que dedicar más tierras a la producción de la energía que necesitamos. Las cifras presentadas en el informe a este respecto llaman a la reflexión.

Hay un error curioso en el informe de la CNULD, pues aparentemente atribuye todos los suelos que se encuentran bajo bosques boreales a turberas (“la turba bajo los bosques boreales es la principal razón por la que este tipo de ecosistema almacena tanto carbono”, p. 219). Esto es erróneo, por supuesto, ya que solo parte de los suelos de bosques boreales son turba. En el informe no se presta suficiente atención a los bosques de tierras áridas (miombo, chaco) y su posible papel como ecosistemas de secuestro de carbono, donde hasta el 70 por ciento del carbono se almacena en la biomasa radicular, debajo del suelo. Estos sistemas no han sido suficientemente explorados y se encuentran amenazados por los incendios, el pastoreo excesivo y otras formas de intervención humana.

El informe señala acertadamente en sus conclusiones que las soluciones parecen sencillas, pero a menudo no son tan simples, sino que requieren una mayor comprensión de los procesos subyacentes y de los límites del sistema terrestre, y un proceso de negociación más profundo y transparente. Rara vez se implementan procesos de ese tipo, pero hay avances. Se necesitará involucrar a todos los actores de manera equitativa, lo que también requiere proporcionar a todos los participantes de un claro conocimiento y entendimiento sobre las cuestiones que están en juego, para que todos puedan tomar decisiones libres basadas en información adecuada.

   La restauración ecológica surge como una posible solución para reactivar la tierra degradada y los servicios ecosistémicos que una vez brindó. Foto por Axel Fassio/CIFOR.

Manejo Forestal y Restauración

Manuel R. Guariguata, líder de equipo, Manejo Forestal y Restauración

Los principales llamados e iniciativas mundiales para reducir la rápida pérdida y degradación del hábitat natural mediante prácticas de restauración han entrado en una nueva etapa de implementación con una movilización sin precedentes de recursos financieros y voluntad política. En la conferencia de la CNULD celebrada el mes pasado en Ordos, China, el marco de “neutralidad en la degradación de la tierra” fue discutido como eje central del nuevo Global Landscape Outlook (Perspectiva Global de la Tierra).

El informe describe acciones y recomendaciones clave que trascienden el clima, el agua, la alimentación, las necesidades urbanas y la gestión sostenible de los recursos naturales, para lograr la neutralidad en la degradación de la tierra, que es un objetivo cambiante debido a la interacción constante de sectores basados en la tierra con intereses opuestos y actores externos.

La restauración del paisaje forestal (FLR, por sus siglas en inglés) puede ayudar a conciliar estas tensiones. Aunque no existe una definición operacional de lo que es la FLR, esta apunta tanto a la integridad ambiental como a la producción sostenible de bienes y servicios a través de la restauración de tierras dañadas o improductivas, así como el mantenimiento de extensiones de hábitat natural para la conservación de la biodiversidad.

Dos análisis recientes de CIFOR han concluido que para un aumento efectivo de los esfuerzos de  FLR a nivel de país, los planes nacionales de restauración deben ir más allá de plantar árboles. Por lo menos, tienen que ser inclusivos en los ámbitos político, social y económico, asegurarse de trascender a las administraciones gubernamentales y aplicar una adecuada asignación de prioridades para implementar diferentes opciones de restauración, tomando en consideración instrumentos y enfoques de monitoreo participativo. La expansión de la cobertura forestal se puede medir fácilmente desde el espacio, pero el aprendizaje sobre lo que funciona y lo que no —y por qué— solo puede evaluarse y reflejarse sobre el terreno.


Foto de portada por Axel Fassio/CIFOR.


Para obtener más información sobre el tema, póngase en contacto con Terry Sunderland: t.sunderland@cgiar.org, Christopher Martius: c.martius@cgiar.org o Manuel R. Guariguata: m.guariguata@cgiar.org .

Esta investigación contó con el apoyo de la Iniciativa Internacional de Protección del Clima (IKI), Agencia Noruega de Cooperación para el Desarrollo (NORAD), Departamento para el Desarrollo Internacional del Reino Unido (UKAID) y la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID).


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