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Informe: políticas a la medida para las diversas “agriculturas” de Perú

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Nota del editor: Este artículo fue publicado originalmente en inglés en Agroforestry World News.

Hace cerca de 10 000 años, los habitantes de la costa árida de lo que hoy es territorio de Perú mantenían una dieta que combinaba la generosidad del océano con cultivos nativos como la calabaza y el maní, junto con aves y mamíferos silvestres de las estribaciones andinas que se volvían exuberantes y verdes en invierno, cuando se instalaba la bruma marina.

Milenios después, los agricultores siguen aprovechando los múltiples ecosistemas del país —el bosque seco costero, la sierra andina, los valles intermontanos y los bosques amazónicos— para aprovechar variedad de cultivos y animales. La combinación de la biodiversidad natural y agrícola, incluidos los cultivos alimentarios nativos, ha convertido al país en un destino mundial de primer orden  para el turismo gastronómico.

Esta diversidad refleja una variedad de estilos de cultivo, desde los alpaqueros en la región de la Sierra andina hasta las parcelas agroforestales en la Amazonía, pasando por cultivos a escala industrial en la Costa. Cada uno interactúa de forma diferente con las áreas naturales circundantes y ofrece distintas posibilidades de conservación, según el nuevo informe del Centro para la Investigación Forestal Internacional y el Centro Mundial de Investigación Agroforestal (CIFOR-ICRAF) titulado Reflexiones sobre agroecosistemas y conservación de la biodiversidad en Perú.

La publicación del informe coincidió con la Conferencia de la ONU sobre Biodiversidad en Montreal, donde  gobiernos de todo el mundo acordaron el nuevo marco para abordar la crisis de la diversidad biológica, de la que depende la humanidad.

Con más del 40 por ciento de la superficie habitable del planeta dedicada a la producción de alimentos, la agricultura tiene un gran impacto en la biodiversidad, el cambio climático y el bienestar humano. Sin embargo, al enfocarse históricamente en las áreas protegidas, el Convenio sobre la Diversidad Biológica ha considerado tradicionalmente a la agricultura como una gran amenaza para la biodiversidad.

Esta visión está cambiando; y la conferencia de este año reunió a más ministros de recursos naturales y agricultura que en el pasado.

Los paisajes de producción de alimentos varían mucho de un país a otro, e incluso dentro de un mismo país, como demuestra el informe sobre los agroecosistemas de Perú. Este país, donde las zonas dedicadas a la agricultura se encuentran desde el nivel del mar hasta altitudes superiores a los 4000 metros, demuestra por qué se necesitan estrategias diferenciadas para ayudar a los agricultores y a los sistemas alimentarios a capear la creciente presión que ejercen los fenómenos naturales derivados del cambio climático y de las actividades humanas, afirma Manuel Ruiz Muller, experto peruano en derecho ambiental y biodiversidad, y uno de los autores del informe.

“Perú tiene agroecosistemas muy diversos que han sido moldeados a lo largo de milenios por distintos factores ambientales, sociales, económicos y culturales”, afirma Ruiz. “Aunque los responsables de las decisiones políticas suelen hablar de políticas y marcos amplios y generales para la agricultura, nosotros preferimos hablar de ‘agriculturas’, cada una de las cuales requiere intervenciones e incentivos específicos y a la medida”.

Alimentos desde el desierto, las montañas y los bosques

En la Costa desértica y en el árido flanco occidental de la cordillera de los Andes prosperan especies silvestres endémicas y los pequeños agricultores mantienen sus medios de vida a pesar de la escasez de lluvias. En las tierras comunales, los agricultores con escaso acceso a técnicas mecanizadas o a financiación trabajan pequeñas parcelas dedicadas principalmente a cultivos alimentarios como vainitas, cebada y maíz, junto con algo de ganado. Cultivan alimentos para sus familias, pero venden la mayor parte de sus cosechas, mientras almacenan algunas semillas para la siguiente temporada.

Las fincas familiares privadas suelen ser más grandes, ya que las familias tienen más acceso a  tecnología y  a financiación. Muchas familias cultivan fruta, principalmente para la venta. En las últimas décadas, la Costa también se ha convertido en el dominio de grandes explotaciones industriales que han llevado a Perú a ser uno de los principales exportadores de alimentos como arándanos, aguacates (conocidos localmente como paltas) y espárragos. Estas grandes explotaciones han sustituido al bosque seco nativo en varias zonas, pero gracias a sus sistemas de regadío también proporcionan hábitat a la fauna, sobre todo a las aves migratorias.

Los ecosistemas andinos, que se elevan hasta cerca de  6000 metros sobre el nivel del mar antes de descender hasta unos 3800 metros en el flanco oriental, donde comienzan los bosques húmedos, ofrecen una serie de nichos ecológicos que los humanos han utilizado durante generaciones. En las comunidades tradicionales, las familias de ascendencia indígena poseen pequeñas parcelas donde cultivan papas, maíz, cebada y habas, y crían algo de ganado, principalmente para su autoconsumo, aunque también venden o intercambian  animales.

En la cordillera de los Andes, donde se domesticó la papa por primera vez, algunos agricultores se enorgullecen de conservar las variedades nativas. En la región  Cuzco, existe una familia que cultiva 115 variedades de papas nativas, mientras que cinco comunidades han fundado el Parque de la Papa, donde invitan a los turistas a participar en sus actividades agrícolas tradicionales.

Muchos propietarios de fincas familiares privadas, principalmente en los valles intermontanos, producen cultivos para sus familias y para la venta, pero también tienen otras fuentes de ingresos. Las explotaciones agrícolas andinas a escala industrial, que suelen ser más pequeñas que las de la Costa, se dirigen a los mercados de exportación con productos que van desde la alcachofa hasta la fibra de vicuña.

Donde los Andes descienden hacia la cuenca del Amazonas, las comunidades indígenas cultivan alimentos y aves de corral, que combinan con madera y plantas medicinales del bosque, así como con la caza y  pesca, algunos para su propio uso y otros para la venta a pequeña escala.

Los agricultores que emigran de los Andes hacia la selva amazónica optan por cultivar commodities como el cacao y el café, además de cultivos alimentarios. Las operaciones a escala industrial incluyen plantaciones de palma y concesiones madereras que pueden abarcar miles de hectáreas.

 

Presiones múltiples

 Estos diferentes sistemas agrícolas interactúan con las zonas naturales circundantes y las afectan de distintas maneras. También deben responder a los impactos, tanto de los fenómenos naturales como de la actividad humana. Las comunidades tradicionales e indígenas son las más vulnerables a estas presiones, que amenazan  sus culturas y  medios de vida.

El calentamiento global está obligando a las comunidades andinas tradicionales a plantar cultivos nativos a cada vez a mayor altitud. El clima cálido en aumento también trae consigo más plagas, que generalmente controlan con técnicas tradicionales. Los agricultores familiares y las explotaciones industriales utilizan más fertilizantes y pesticidas químicos, con un riesgo de contaminación de los cursos de agua y el suelo.

Tanto los métodos de tala y quema utilizados por los agricultores que emigran a la Amazonía, como la deforestación a gran escala para dedicar las tierras a plantaciones industriales, aumentan la erosión y fragmentan los hábitats naturales, lo cual dificulta el establecimiento de sistemas agroforestales que ayudarían a mantener la conexión con los bosques primarios.

La expansión urbana, especialmente en los valles costeros, amenaza  los hábitats naturales y los agroecosistemas, mientras que la agricultura industrial de la Costa agota las fuentes de agua. En los Andes, los agricultores compiten por el agua con las represas hidroeléctricas y las minas, y algunos ríos amazónicos han sido contaminados por derrames de petróleo y mercurio procedentes de la extracción de oro no regulada.

 

Necesidad de políticas integradas

Para afrontar estos retos, según el informe, los organismos gubernamentales —incluidos los ministerios del Ambiente y de Desarrollo Agrario y Riego, así como el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre, el Instituto Nacional de Innovación Agraria y los gobiernos regionales— deben reconocer que el paisaje de Perú alberga diversos tipos de agroecosistemas.

Cada uno tiene sus propias necesidades y contribuye de forma distinta a la conservación de la biodiversidad, afirma Ruiz.

“Desarrollar políticas adecuadas para una amplia gama de agroecosistemas requiere un profundo conocimiento de las diversas agriculturas de Perú y un fuerte compromiso político por parte de las autoridades gubernamentales”, señala. “Se necesita una mayor coordinación entre los ministerios de Ambiente y de Desarrollo Agrario y Riego para diseñar y aplicar soluciones integradas a retos diversos que involucran a la tierra, los servicios ambientales, las diferencias culturales, la productividad y otros factores”.

Para cumplir el compromiso del país de salvaguardar su biodiversidad, los organismos gubernamentales de Perú deben trabajar juntos, centrándose no solo en los hábitats naturales, sino en paisajes más amplios que incluyan ecosistemas agrícolas, destaca el informe.

La información sobre cómo contribuye la biodiversidad a las diversas “agriculturas” de Perú es vital para una planificación integral, y las estrategias de gestión deben responder a las necesidades de las personas que viven y trabajan en cada paisaje, sin comprometer las necesidades de las generaciones futuras.

Perú posee más datos sobre la biodiversidad de las áreas naturales que de los agroecosistemas, aunque existe una cantidad considerable de información sobre el funcionamiento de los agroecosistemas de los bosques amazónicos y de las tierras altoandinas, afirma Ruiz.

“La creación de una base de datos unificada, que todos los organismos gubernamentales puedan actualizar y utilizar para la planificación, proporcionaría una base más sólida para el desarrollo de políticas públicas que respondan a las necesidades de los productores agrícolas y, al mismo tiempo, conserven la biodiversidad natural y agrícola”, afirma Ruiz.

 

Esta investigación fue posible gracias a la Iniciativa Internacional del Clima (IKI), del Ministerio Federal de Medio Ambiente, Protección de la Naturaleza y Seguridad Nuclear de Alemania.

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