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La Tierra se acerca a un punto inflexión, pero los bosques y los árboles pueden ayudarnos

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Durante la Cumbre Forestal Mundial de 2022 se me preguntó si los seres humanos eran responsables de las diversas crisis a las que nos enfrentamos: la pérdida de biodiversidad, el cambio climático, las crecientes desigualdades, las cadenas de valor y los sistemas alimentarios insostenibles.

También me pidieron que compartiera mi opinión sobre la profundidad de estos problemas y sobre si podemos cambiar muchas de las formas fundamentales de nuestro comportamiento con la suficiente rapidez como para evitar el colapso de la civilización tal y como la conocemos.

Esto me hizo pensar y decidí anotar algunas ideas y elaborar las respuestas que di durante el debate, algo que puede venir bien pues acabamos de celebrar el Día Mundial del Medio Ambiente, cuya atención se centró en recordar que tenemos “una sola Tierra”.

Nosotros, los humanos, tendemos a creer que somos especiales, algo que también se argumenta en muchas de nuestras principales religiones o constituciones. En cierto sentido lo somos. Los humanos somos el único superdepredador de nuestro mundo. No hay ninguna especie que no podamos matar, y aunque somos una mera fracción de un porcentaje de la biomasa viva, hemos alterado y sobreutilizado tanto nuestro mundo que también hemos creado una era geológica especial llamada “el Antropoceno”.

En nuestra era moderna, impulsada por la tecnología, creemos que la naturaleza es algo domesticado que podemos manejar mediante los poderes de la tecnología. Los aviones despegan y aterrizan en todas las tormentas menos en las más intensas. Las presas retienen poderosos ríos, controlan el flujo de agua y proporcionan riego. Las megaciudades se elevan donde antes solo había desierto o densos bosques.

En general, vemos la Tierra como un ser benigno, estático, armonioso y que nos proporciona todo. Sin embargo, esta idea es errónea y, sobre todo, muy peligrosa, pues no se basa más que en el momento oportuno y en las vicisitudes de la evolución planetaria.

La realidad es que la Tierra es un Titán implacable que absorbe cada día el equivalente a mil millones de bombas atómicas de energía solar. Esta energía alimenta poderosas cascadas de energía en sistemas acoplados de corrientes en chorro, ríos turbulentos de aire y agua, corrientes oceánicas de tamaño planetario, fotosíntesis global. Todos estos sistemas titánicos y los flujos de energía relacionados parecen estables, pero esta es una impresión errónea: son muy dinámicos y muy a menudo rondan el borde de un punto de inflexión.

Los puntos de inflexión son cambios rápidos y abruptos en los sistemas socioecológicos (SSE) desencadenados por variables lentas. En la historia reciente (200 años) se han producido sobre todo a nivel local. Una muestra de ello es cuando los ríos o los lagos experimentan una eutrofización. Cuando se superan los puntos de inflexión, un SSE pasa a otro estado estable pero diferente y resulta casi imposible o excesivamente caro y difícil revertir el proceso. Sin embargo, esto es eventualmente manejable a nivel local.

Por desgracia, en el Antropoceno, que ‒a pesar de ser objeto de cierto debate‒ sustituye a la época del Holoceno, nuestra influencia en los sistemas planetarios se ha vuelto global por primera vez en la historia de la humanidad. Estas actividades, en los últimos 100 años, han provocado que varios procesos a nivel planetario parezcan estar cerca de alcanzar sus puntos de inflexión.

En el caso de los bosques, la creciente aridez de la Amazonía y su transformación en sabana es uno de estos puntos de inflexión planetarios.

Por desgracia, este no es el único de los procesos ambientales globales que está a punto de “inclinarse” y pasar a otro estado estable. Donde podríamos tener más problemas de los que pensamos ‒si es que es posible‒ es en el reciente reconocimiento de que estos puntos de inflexión planetarios no son independientes unos de otros, como se ilustra en la Figura 1.

Figura 1

Frente a estas fuerzas titánicas, los seres humanos no importan: simplemente no somos un factor. Los registros fósiles nos dicen que el 99 % de las especies que han existido desde que apareció la vida se han extinguido. La Tierra no nos necesita. Puede que no sobrevivamos a la sexta extinción masiva que estamos provocando, pero la vida sobrevivirá, y la Tierra estará ahí hasta que el sol se la trague al convertirse en una supernova.

Si queremos superar las probabilidades y durar un poco más que la media de las civilizaciones (unos 300 años ‒ya casi estamos ahí‒) o de las especies (1 millón de años -el Homo sapiens existe desde hace 0,75 millones de años-), tenemos que tomar seriamente el asunto en nuestras manos.

Nuestros antepasados no conocían las catástrofes inminentes; vivían en civilizaciones locales, aunque poderosas. La selección “natural” respondía más bien a la necesidad de una acción rápida e instantánea orientada a un acto inminente (por ejemplo, el salto de un jaguar). Poco podían hacer aunque supieran que se avecinaba un gran peligro. Lo sabemos y lo hemos sabido durante décadas; somos la primera civilización globalizada y para nosotros los cambios lentos de fondo están siendo las amenazas más letales. La sociedad ha demostrado la capacidad de movilizarse, hacer sacrificios y cambios para superar a un rival o derrotar a un enemigo a las puertas.

Arreglar un problema no funcionará si no arreglamos los demás. Como todavía no estamos seguros de la naturaleza en cascada de estos posibles puntos de inflexión, resulta difícil hacer un selección acerca de lo que se supone que debamos hacer. ¿Por dónde empezar? ¿A qué dar prioridad? ¿Qué dejar pasar? ¿Podemos hacer algo al respecto y, en caso afirmativo, qué podemos hacer?

Aquí es donde tenemos que introducir otro concepto: los puntos de inflexión sociales. Los puntos de inflexión sociales son un concepto que surgió hace bastante tiempo (Gladwell 2000). Se basan en el mismo concepto de cambio rápido o brutal que se desencadena por la evolución de un conjunto de variables lentas que actúan en segundo plano. “El punto de inflexión es ese momento mágico en el que una idea, tendencia o comportamiento social cruza un umbral, se inclina y se propaga como un incendio”.

En la agenda climática, los puntos de inflexión sociales son subdominios del sistema socioeconómico planetario en los que puede producirse el cambio disruptivo necesario y conducir a una reducción suficientemente rápida de las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero.

Los posibles elementos de punto de inflexión social que podrían ayudar con nuestro inminente colapso ambiental se muestran en la Figura 2.

Figura 2

Aunque el panorama actual es sombrío (y véase el reciente informe de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático sobre la entrega de las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional por las partes del Acuerdo de París) y nuestros esfuerzos colectivos parecen ir en la dirección equivocada (más gases de efecto invernadero, más pérdida de diversidad, etc.), ¡no podemos permitirnos seguir las opiniones pesimistas, cubrirnos de cenizas y ser los profetas de la fatalidad! Tenemos la obligación moral de seguir siendo optimistas y no resignarnos al destino y al Día del Juicio Final.

Los científicos deben desarrollar mejores formas de evaluar y regular el uso de combustibles fósiles y productos químicos sintéticos. Debemos llamar continuamente la atención sobre la necesidad de mejorar el entorno epidemiológico humano (pensemos en la pandemia de COVID-19). Debemos ampliar nuestros esfuerzos en la comprensión de cómo evoluciona la cooperación, ya que para evitar el colapso se requerirán niveles inusuales de la misma en todos los niveles posibles.

En el Centro para la Investigación Forestal Internacional y el Centro Internacional de Investigación en Agroforestería (CIFOR-ICRAF) nos proponemos seguir abogando por una mayor investigación, así como continuar promoviendo el papel de los bosques y los árboles en la mitigación o la adaptación a las crisis a las que nos enfrentamos.

¿Por qué los bosques y los árboles? Porque los bosques sanos, los sistemas agroforestales y los árboles en las tierras agrícolas hacen esto:

  • Mantienen los atributos de la biodiversidad necesarios para la prestación de muchos servicios ecosistémicos, desde el almacenamiento de carbono hasta la polinización o la fertilidad del suelo.
  • Frenan el cambio climático y aumentan la resiliencia mediante el secuestro de carbono, sustituyendo los materiales intensivos en GEI (cemento, acero…) por equivalentes basados en la madera, mediante la restauración del paisaje forestal.
  • Crean puestos de trabajo y riqueza a través de varias cadenas de valor relacionadas con los árboles que producen madera, cacao, café, caucho y frutas, por nombrar algunos.
  • Preservan la agricultura mediante la polinización, el control de plagas, la amortiguación del microclima y la regulación del agua.
  • Contribuyen a las cuatro dimensiones de la seguridad alimentaria: disponibilidad, acceso, uso y estabilidad en el tiempo.
  • Son parte integrante de cualquier enfoque de “Una Sola Salud” al mantener la diversidad de la dieta, controlar las enfermedades emergentes y ofrecer belleza y bienestar.

Por supuesto, no somos inmunes a las catástrofes externas (por ejemplo, el próximo asteroide o la erupción de un megavolcán) y no hay mucho que podamos hacer al respecto. Sin embargo, podemos y debemos hacer algo con respecto al Antropoceno y desplazarlo de su caracterización como la época geológica en la que cambiamos nuestro comportamiento, transformamos el planeta y desplazamos la curva.

Esta metamorfosis requerirá algo más que lo que la comunidad científica pueda hacer por su cuenta ajustando los bordes.

Citando a Ehrlich y Ehrlich (2013): “Todas las naciones tienen que dejar de esperar a que otros actúen y estar dispuestas a hacer todo lo posible para mitigar las emisiones y acelerar la transición energética, independientemente de lo que hagan los demás”.

Pero necesitamos que se aplique una fuerte “presión” para hacerlo y debemos tener nuestras prioridades correctas. Mientras seamos capaces de gastar anualmente 1,7 billones de dólares en equipamiento militar pero no seamos capaces de conseguir 100 mil millones para abordar la crisis climática, no lo conseguiremos.


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